¿ESENCIAS?: Las palabras se van sucediendo una tras otra mientras lees; las frases forman imágenes en tu cerebro y, de repente, descubres aquéllas que te transmiten algo más que significado: sensaciones y emociones, abstraen tu mente de la realidad y se convierten para ti en una esencia. Breve, condensada y perceptible a través de tus sentidos.

¿FRAGMENTOS?:
Mientras relees esas últimas frases buscas un lápiz y marcas sobre el libro esas palabras. O las anotas sobre un trozo de papel. O, sin saber que luego no recordarás qué significa ese gesto, doblas un extremo de la hoja tratando de retener en la memoria ese fragmento.

miércoles, 25 de marzo de 2015

"éste es mi libro y estoy escribiéndolo con mi propia mano.
     es el año del señor mil ochocientos treinta y uno.
    al otro lado de mi ventana, el sol está pálido y los pájaros se han quedado en silencio.
     escribir lleva mucho tiempo. hay que deletrear y copiar cada palabra encima de la página, y cuando termino tengo que volver a mirar para ver si las he elegido bien.
     y algunos días tengo que pararme porque tengo que pensar en qué es lo que tengo que decir. y en qué es lo que quiero decir. y en por qué lo estoy diciendo.
     y tardo más tiempo en escribir sobre algo que ha pasado que lo que tardó en pasar.
     pero tengo que escribir rápido porque no tengo mucho tiempo. "

Extraído de Del color de la leche, de Nell Leyshon

martes, 13 de noviembre de 2012

Tratanto de ser el otro

Si alguno de vosotros escribe, ha deseado alguna vez hacerlo, lo ha intentado o, simplemente, se ha peleado con una hoja de papel en blanco tratando de llenarla de palabras con sentido, es probable que haya sentido la inseguridad que provoca el compararse con otros y haya deseado poder llegar a escribir tan bien como lo hace el de la mesa de al lado. 

En un curso de escritura que hice hace algunos meses, el profesor, muy acertadamente bajo mi punto de vista, inició el taller con un texto de Italo Calvino que representa a la perfección la lucha por querer ser lo que no se es. Son escritores, en este caso, pero probablemente podría aplicarse a muchas otras esferas de la vida y profesiones. 

Os dejo aquí el fragmento en cuestión, espero que os guste.

Ana.


SI UNA NOCHE DE INVIERNO UN VIAJERO, de Italo Calvino (fragmento)

“Proyecto de relato. Dos escritores, que viven en dos chalet en vertientes opuestas del
valle, se observan recíprocamente. Uno de ellos suele escribir por la mañana, el otro por
la tarde. Mañana y tarde, el escritor que no escribe asesta el catalejo sobre el que
escribe.

Uno de los dos es un escritor productivo, el otro es un escritor atormentado. El
escritor atormentado mira al escritor productivo llenar folios de líneas uniformes, al
manuscrito crecer en una pila de folios ordenados. Dentro de poco el libro estará
terminado: con seguridad una nueva novela de éxito —piensa el escritor atormentado
con cierto desdén pero también con envidia. El considera al escritor productivo nada
más que como un hábil artesano, capaz de sacar a la luz novelas hechas en serie para
secundar el gusto del público; pero no puede reprimir una intensa sensación de envidia
de aquel hombre que se expresa a sí mismo con tan metódica seguridad. No es sólo
envidia la suya, es también admiración, sí, admiración sincera: en el modo en que aquel
hombre pone todas sus energías en escribir hay ciertamente una generosidad, una
confianza en la comunicación, al dar a los demás lo que los demás esperan de él sin
plantearse problemas introvertidos. El escritor atormentado pagaría quién sabe cuánto
por parecerse al escritor productivo; quisiera tomarlo de modelo; su máxima aspiración
es ya ser como él.

El escritor productivo observa al escritor atormentado mientras éste se sienta a
su escritorio, se come las uñas, se rasca, rompe un folio, se levanta para ir a la cocina a
hacerse un café, después un té, después una manzanilla, después lee una poesía de
Hölderlin (cuando está claro que Hölderlin nada tiene que ver con lo que está
escribiendo), recopia una página ya escrita y luego la tacha toda línea tras línea,
telefonea a la tintorería (cuando habían quedado en que los pantalones azules no
podrían estar listos antes del jueves), luego escribe unas notas que le valdrán no ahora
pero acaso después, luego va a consultar en la enciclopedia la voz Tasmania (cuando
está claro que en lo que escribe no hay la menor alusión a Tasmania), rompe dos folios,
pone un disco de Ravel. Al escritor productivo nunca le han gustado las obras del
escritor atormentado; al leerlas, le parece siempre estar a punto de aferrar la clave
decisiva, pero esa clave se le escapa y le queda una sensación de malestar. Pero ahora
que lo mira escribir, siente que ese hombre está luchando con algo oscuro, una maraña,
un camino que hay que excavar sin saber a dónde lleva; a veces le parece verlo caminar
por una cuerda colgada sobre el vacío y se siente presa de un sentimiento de admiración. No sólo
admiración: también envidia; porque siente cuan limitado y superficial es su propio
trabajo en comparación con lo que el escritor atormentado está buscando.

En la terraza de un chalet al fondo del valle una joven toma el sol leyendo un
libro. Los dos escritores la miran con el catalejo. «¡Qué absorta está, con el aliento
entrecortado! ¡Con qué gesto febril vuelve las páginas!—piensa el escritor
atormentado.— ¡Seguro que lee una novela de gran efecto como las del escritor
productivo!» «¡Qué absorta está, casi transfigurada en la meditación, como si viese
revelarse una verdad misteriosa! — piensa el escritor productivo—, ¡seguro que lee un
libro cargado de significados ocultos, como los del escritor atormentado!» El mayor
deseo del escritor atormentado sería ser leído como lee aquella joven. Se pone a escribir
una novela como piensa que la escribiría el escritor productivo. Mientras tanto el mayor
deseo del escritor productivo sería ser leído como lee aquella joven; se pone a escribir
una novela como piensa que la escribiría el escritor atormentado.

Primero un escritor y luego el otro abordan a la joven. Ambos le dicen que
quieren dejarle leer las novelas que acaban apenas de escribir. La joven recibe los dos manuscritos. Unos días después invita a los autores a su
casa, juntos, con gran sorpresa de ellos.

—Pero ¿qué broma es ésta? —dice—, ¡me han dado dos ejemplares de la misma novela!

O bien: La joven confunde los dos manuscritos. Devuelve al productivo la novela
del atormentado escrita a la manera del productivo, y al atormentado la novela del
productivo escrita a la manera del atormentado. Ambos al verse imitados tienen una
violenta reacción y recobran la propia vena.

O bien: Un golpe de viento descompagina los dos manuscritos. La lectora trata
de ordenarlos de nuevo. Sale una única novela, bellísima, que los críticos no saben a
quién atribuir. Es la novela que tanto el escritor productivo como el atormentado habían
soñado siempre con escribir.

O bien: La joven había sido siempre una apasionada lectora del escritor
productivo y detestaba al escritor atormentado. Al leer la nueva novela del escritor
productivo, la encuentra falsa y comprende que todo lo que éste había escrito era falso;
en cambio al recordar las obras del escritor atormentado las encuentra ahora bellísimas
y no ve la hora de leer su nueva novela. Pero encuentra algo totalmente distinto de lo
que se esperaba y lo manda al diablo también a él.

O bien: ídem, sustituyendo «productivo» por «atormentado» y «atormentado»
por «productivo».

O bien: La joven había, etc., etc., lectora del productivo y detestaba al
atormentado. Al leer la nueva novela del productivo no se da cuenta en absoluto de que
algo ha cambiado: le gusta, sin especial entusiasmo. En cuanto al manuscrito del
atormentado, lo encuentra insípido como todo lo demás de este autor. Responde a los
dos escritores con frases genéricas. Ambos se convencen de que no debe ser una
lectora muy atenta y no le vuelven a hacer caso.

O bien: ídem, sustituyendo, etc.”

martes, 6 de noviembre de 2012

LA TELA DE PENÉLOPE, O QUIÉN ENGAÑA A QUIEN

Hace muchos años vivía en Grecia un hombre llamado Ulises (quien a pesar de ser bastante sabio era muy astuto), casado con Penélope, mujer bella y singularmente dotada cuyo único defecto era su desmedida afición a tejer, costumbre gracias a la cual pudo pasar sola largas temporadas.
Dice la leyenda que en cada ocasión en que Ulises con su astucia observaba que a pesar de sus prohibiciones ella se disponía una vez más a iniciar uno de sus interminables tejidos, se le podía ver por las noches preparando a hurtadillas sus botas y una buena barca, hasta que sin decirle nada se iba a recorrer el mundo y a buscarse a sí mismo.
De esta manera ella conseguía mantenerlo alejado mientras coqueteaba con sus pretendientes, haciéndoles creer que tejía mientras Ulises viajaba y no que Ulises viajaba mientras ella tejía, como pudo haber imaginado Homero, que, como se sabe, a veces dormía y no se daba cuenta de nada.

Augusto Monterroso

martes, 2 de octubre de 2012

"Dicen que Tita era tan sensible que desde que estaba en el vientre de mi bisabuela lloraba y lloraba cuando ésta picaba cebolla; su llanto era tan fuerte que Nacha, la cocinera de la casa, que era medio sorda, lo escuchaba sin esforzarse. Un día los sollozos fueron tan fuertes que provocaron que el parto se adelantara. Y sin que mi bisabuela pudiera decir ni pío, Tita arribó a este mundo prematuramente, sobre la mesa de la cocina, entre los olores de una sopa de fideos que estaba cocinando, los del tomillo, el laurel, el cilantro, el de la leche hervida, el de los ajos y, por supuesto, el de la cebolla. Como se imaginarán, la consabida nalgada no fue necesaria, pues Tita nació llorando de antemano, tal vez porque ella sabía que su oráculo determinaba que en esta vida le estaba negado el matrimonio. Contaba Nacha que Tita fue literalmente empujada a este mundo por un torrente impresionante de lágrimas que se desbordaron sobre la mesa y el piso de la cocina.
En la tarde, ya cuando el susto había pasado y el agua, gracias al efecto de los rayos del sol, se había evaporado, Nacha barrió el residuo de las lágrimas que había quedado sobre la loseta roja que cubría el piso. Con esta sal rellenó un costal de cinco kilos que utilizaron para cocinar bastante tiempo. Este inusitado nacimiento determinó el hecho de que Tita sintiera un inmenso amor por la cocina y que la mayor parte de su vida la pasara en ella [...] "

Extraído de COMO AGUA PARA CHOCOLATE, de Laura Esquivel.

¿Os podéis imaginar (si hay alguien leyéndome) semejante nacimiento? :)

Ana

sábado, 22 de septiembre de 2012

"...Sin embargo, las historias eran diferentes: cobraban vida al contarlas. Sin una voz humana que las leyera en voz alta o un par de ojos bien abiertos que las siguieran a la luz de una linterna bajo la manta, no tenían una existencia real en nuestro mundo. Eran como semillas en el pico de un pájaro, esperando caer en la tierra, o como las notas de una canción escrita en una partitura, deseando q...
ue un instrumento las conviertiese en música. Yacían dormidas, a la espera de una oportunidad para despertarse. Cuando una persona empezaba a leerlas, podían empezar a cambiar, podían echar raíces en la imaginación y transformar al lector. La madre de David le susurraba al oído que las historias querían que alguien las leyese, que lo necesitaban, porque era lo que las hacía salir de su mundo para entrar en el nuestro: querían que les diésemos vida."
EL LIBRO DE LAS COSAS PERDIDAS, de John Conolly

lunes, 17 de septiembre de 2012

"Te quitabas la faja de la cintura, te arrancabas las sandalias, tirabas a un rincón tu amplia falda, de algodón, me parece, y te soltabas el nudo que te retenía el pelo en una cola. Tenías la piel erizada y te reías. Estábamos tan próximos que no podíamos vernos, ambos absortos en ese rito urgente, envueltos en el calor y el olor que hacíamos juntos. Me abría paso por tus caminos, mis manos en tu
cintura encabritada y las tuyas impacientes. Te deslizabas, me recorrías, me trepabas, me envolvías con tus piernas invencibles, me decías mil veces ven con los labios sobre los míos. En el instante final teníamos un atisbo de completa soledad, cada uno perdido en su quemante abismo, pero pronto resucitábamos desde el otro lado del fuego para descubrirnos abrazados en el desorden de los almohadones, bajo el mosquitero blanco. Yo te apartaba el cabello para mirarte a los ojos. A veces te sentabas a mi lado, con las piernas recogidas y tu chal de seda sobre un hombro, en el silencio de la noche que apenas comenzaba. Así te recuerdo, en calma.

Tú piensas en palabras, para ti el lenguaje es un hilo inagotable que tejes como si la vida se hiciera al contarla. Yo pienso en imágenes congeladas en una fotografía. Sin embargo, ésta no está impresa en una placa, parece dibujada a plumilla, es un recuerdo minucioso y perfecto, de volúmenes suaves y colores cálidos, renacentista, como una intención captada sobre un papel granulado o una tela. Es un momento profético, es toda nuestra existencia, todo lo vivido y lo por vivir, todas las épocas simultáneas, sin principio ni fin. Desde cierta distancia yo miro ese dibujo, donde también estoy yo. Soy espectador y protagonista. Estoy en la penumbra, velado por la bruma de un cortinaje traslúcido. Sé que soy yo, pero yo soy también éste que observa desde afuera. Conozco lo que siente el hombre pintado sobre esa cama revuelta, en una habitación de vigas oscuras y techos de catedral, donde la escena aparece como el fragmento de una ceremonia antigua. Estoy allí contigo y también aquí, solo, en otro tiempo de la conciencia. En el cuadro la pareja descansa después de hacer el amor, la piel de ambos brilla húmeda. El hombre tiene los ojos cerrados, una mano sobre su pecho y la otra sobre el muslo de ella, en íntima complicidad. Para mí esa visión es recurrente e inmutable, nada cambia, siempre es la misma sonrisa plácida del hombre, la misma languidez de la mujer, los mismos pliegues de las sábanas y rincones sombríos del cuarto, siempre la luz de la lámpara roza los senos y los pómulos de ella en el mismo ángulo y siempre el chal de seda y los cabellos oscuros caen con igual delicadeza.

Cada vez que pienso en ti, así te veo, así nos veo, detenidos para siempre en ese lienzo, invulnerables al deterioro de la mala memoria. Puedo recrearme largamente en esa escena, hasta sentir que entro en el espacio del cuadro y ya no soy el que observa, sino el hombre que yace junto a esa mujer. Entonces se rompe la simétrica quietud de la pintura y escucho nuestras voces muy cercanas.

- Cuéntame un cuento –te digo.
- ¿Cómo lo quieres?
- Cuéntame un cuento que no le hayas contado a nadie. "

-- Extraído de CUENTOS DE EVA LUNA, de Isabel Allende --

jueves, 13 de septiembre de 2012

"Había una vez una mujer cuyo oficio era contar cuentos. Iba por todas partes ofreciendo su mercadería, relatos de aventuras, de suspenso, de horror o de lujuria, todo a precio justo. Un mediodía de agosto se encontraba en el centro de una plaza, cuando vio avanzar hacia ella un hombre soberbio, delgado y duro como un sable. Venía cansado, con un arma en el brazo, cubierto del polvo de lugares dis
tantes y cuando se detuvo, ella notó un olor de tristeza y supo al punto que ese hombre venía de la guerra. La soledad y la violencia le habían metido esquirlas de hierro en el alma y lo habían privado de la facultad de amarse a sí mismo. ¿Tú eres la que cuenta cuentos?, preguntó el extranjero. Para servirte, replicó ella. El hombre sacó cinco monedas de oro y se las puso en la mano. Entonces véndeme un pasado, porque el mío está lleno de sangre y de lamentos y no me sirve para transitar por la vida, he estado en tantas batallas, que por allí se me perdió hasta el nombre de mi madre, dijo. Ella no pudo negarse, porque temió que el extranjero se derrumbara en la plaza convertido en un puñado de polvo, como le ocurre finalmente a quien carece de buenos recuerdos. Le indicó que se sentara a su lado y al ver sus ojos de cerca se le dio vuelta la lástima y sintió un deseo poderoso de aprisionarlo en sus brazos. Comenzó a hablar. Toda la tarde y toda la noche estuvo construyendo un buen pasado para ese guerrero, poniendo en la tarea su vasta experiencia y la pasión que el desconocido había provocado en ella. Fue un largo discurso, porque quiso ofrecerle un destino de novela y tuvo que inventarlo todo, desde su nacimiento hasta el día presente, sus sueños, anhelos y secretos, la vida de sus padres y hermanos y hasta la geografía y la historia de su tierra. Por fin amaneció y en la primera luz del día ella comprobó que el olor de la tristeza se había esfumado. Suspiró, cerró los ojos y al sentir su espíritu vacío como el de un recién nacido, comprendió que en el afán de complacerlo le había entregado su propia memoria, ya no sabía qué era suyo y cuánto ahora pertenecía a él, sus pasados habían quedado anudados en una sola trenza. Había entrado hasta el fondo en su propio cuento y ya no podía recoger sus palabras, pero tampoco quiso hacerlo y se abandonó al placer de fundirse con él en la misma historia…”

-- Extraído de EVA LUNA, de Isabel Allende --

¿Qué queréis...? Me gustó mucho ese libro :)

Ana