¿ESENCIAS?: Las palabras se van sucediendo una tras otra mientras lees; las frases forman imágenes en tu cerebro y, de repente, descubres aquéllas que te transmiten algo más que significado: sensaciones y emociones, abstraen tu mente de la realidad y se convierten para ti en una esencia. Breve, condensada y perceptible a través de tus sentidos.

¿FRAGMENTOS?:
Mientras relees esas últimas frases buscas un lápiz y marcas sobre el libro esas palabras. O las anotas sobre un trozo de papel. O, sin saber que luego no recordarás qué significa ese gesto, doblas un extremo de la hoja tratando de retener en la memoria ese fragmento.

martes, 13 de noviembre de 2012

Tratanto de ser el otro

Si alguno de vosotros escribe, ha deseado alguna vez hacerlo, lo ha intentado o, simplemente, se ha peleado con una hoja de papel en blanco tratando de llenarla de palabras con sentido, es probable que haya sentido la inseguridad que provoca el compararse con otros y haya deseado poder llegar a escribir tan bien como lo hace el de la mesa de al lado. 

En un curso de escritura que hice hace algunos meses, el profesor, muy acertadamente bajo mi punto de vista, inició el taller con un texto de Italo Calvino que representa a la perfección la lucha por querer ser lo que no se es. Son escritores, en este caso, pero probablemente podría aplicarse a muchas otras esferas de la vida y profesiones. 

Os dejo aquí el fragmento en cuestión, espero que os guste.

Ana.


SI UNA NOCHE DE INVIERNO UN VIAJERO, de Italo Calvino (fragmento)

“Proyecto de relato. Dos escritores, que viven en dos chalet en vertientes opuestas del
valle, se observan recíprocamente. Uno de ellos suele escribir por la mañana, el otro por
la tarde. Mañana y tarde, el escritor que no escribe asesta el catalejo sobre el que
escribe.

Uno de los dos es un escritor productivo, el otro es un escritor atormentado. El
escritor atormentado mira al escritor productivo llenar folios de líneas uniformes, al
manuscrito crecer en una pila de folios ordenados. Dentro de poco el libro estará
terminado: con seguridad una nueva novela de éxito —piensa el escritor atormentado
con cierto desdén pero también con envidia. El considera al escritor productivo nada
más que como un hábil artesano, capaz de sacar a la luz novelas hechas en serie para
secundar el gusto del público; pero no puede reprimir una intensa sensación de envidia
de aquel hombre que se expresa a sí mismo con tan metódica seguridad. No es sólo
envidia la suya, es también admiración, sí, admiración sincera: en el modo en que aquel
hombre pone todas sus energías en escribir hay ciertamente una generosidad, una
confianza en la comunicación, al dar a los demás lo que los demás esperan de él sin
plantearse problemas introvertidos. El escritor atormentado pagaría quién sabe cuánto
por parecerse al escritor productivo; quisiera tomarlo de modelo; su máxima aspiración
es ya ser como él.

El escritor productivo observa al escritor atormentado mientras éste se sienta a
su escritorio, se come las uñas, se rasca, rompe un folio, se levanta para ir a la cocina a
hacerse un café, después un té, después una manzanilla, después lee una poesía de
Hölderlin (cuando está claro que Hölderlin nada tiene que ver con lo que está
escribiendo), recopia una página ya escrita y luego la tacha toda línea tras línea,
telefonea a la tintorería (cuando habían quedado en que los pantalones azules no
podrían estar listos antes del jueves), luego escribe unas notas que le valdrán no ahora
pero acaso después, luego va a consultar en la enciclopedia la voz Tasmania (cuando
está claro que en lo que escribe no hay la menor alusión a Tasmania), rompe dos folios,
pone un disco de Ravel. Al escritor productivo nunca le han gustado las obras del
escritor atormentado; al leerlas, le parece siempre estar a punto de aferrar la clave
decisiva, pero esa clave se le escapa y le queda una sensación de malestar. Pero ahora
que lo mira escribir, siente que ese hombre está luchando con algo oscuro, una maraña,
un camino que hay que excavar sin saber a dónde lleva; a veces le parece verlo caminar
por una cuerda colgada sobre el vacío y se siente presa de un sentimiento de admiración. No sólo
admiración: también envidia; porque siente cuan limitado y superficial es su propio
trabajo en comparación con lo que el escritor atormentado está buscando.

En la terraza de un chalet al fondo del valle una joven toma el sol leyendo un
libro. Los dos escritores la miran con el catalejo. «¡Qué absorta está, con el aliento
entrecortado! ¡Con qué gesto febril vuelve las páginas!—piensa el escritor
atormentado.— ¡Seguro que lee una novela de gran efecto como las del escritor
productivo!» «¡Qué absorta está, casi transfigurada en la meditación, como si viese
revelarse una verdad misteriosa! — piensa el escritor productivo—, ¡seguro que lee un
libro cargado de significados ocultos, como los del escritor atormentado!» El mayor
deseo del escritor atormentado sería ser leído como lee aquella joven. Se pone a escribir
una novela como piensa que la escribiría el escritor productivo. Mientras tanto el mayor
deseo del escritor productivo sería ser leído como lee aquella joven; se pone a escribir
una novela como piensa que la escribiría el escritor atormentado.

Primero un escritor y luego el otro abordan a la joven. Ambos le dicen que
quieren dejarle leer las novelas que acaban apenas de escribir. La joven recibe los dos manuscritos. Unos días después invita a los autores a su
casa, juntos, con gran sorpresa de ellos.

—Pero ¿qué broma es ésta? —dice—, ¡me han dado dos ejemplares de la misma novela!

O bien: La joven confunde los dos manuscritos. Devuelve al productivo la novela
del atormentado escrita a la manera del productivo, y al atormentado la novela del
productivo escrita a la manera del atormentado. Ambos al verse imitados tienen una
violenta reacción y recobran la propia vena.

O bien: Un golpe de viento descompagina los dos manuscritos. La lectora trata
de ordenarlos de nuevo. Sale una única novela, bellísima, que los críticos no saben a
quién atribuir. Es la novela que tanto el escritor productivo como el atormentado habían
soñado siempre con escribir.

O bien: La joven había sido siempre una apasionada lectora del escritor
productivo y detestaba al escritor atormentado. Al leer la nueva novela del escritor
productivo, la encuentra falsa y comprende que todo lo que éste había escrito era falso;
en cambio al recordar las obras del escritor atormentado las encuentra ahora bellísimas
y no ve la hora de leer su nueva novela. Pero encuentra algo totalmente distinto de lo
que se esperaba y lo manda al diablo también a él.

O bien: ídem, sustituyendo «productivo» por «atormentado» y «atormentado»
por «productivo».

O bien: La joven había, etc., etc., lectora del productivo y detestaba al
atormentado. Al leer la nueva novela del productivo no se da cuenta en absoluto de que
algo ha cambiado: le gusta, sin especial entusiasmo. En cuanto al manuscrito del
atormentado, lo encuentra insípido como todo lo demás de este autor. Responde a los
dos escritores con frases genéricas. Ambos se convencen de que no debe ser una
lectora muy atenta y no le vuelven a hacer caso.

O bien: ídem, sustituyendo, etc.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario